Muchas veces pensamos que con saber lo que es una cosa la tenemos incorporada. Sea una enseñanza, un hábito, una filosofía de vida o la solución a un problema.

Lo cierto es que la experiencia nos dice que no basta con saber. Tras el saber, llega la acción. Y es ella, la acción, la que hace que en nosotros se produzca “la cosa”.

Tras meternos en el agua una y otra vez, chapoteando con más o menos gracia, conseguimos nadar. Tras habérnoslas con el abecedario y el noble arte de escribir y leer, conseguimos juntar una letra con otra y una palabra con otra y producir un hermoso poema o una trepidante novela o una carta de amor.

Con el druidismo sucede igual.

Podemos saber en mayor o menor medida “lo que es”, podemos tener una idea más o menos bucólica de su creencia en la naturaleza y sus criaturas, en la sabiduría ancestral, en los ritos y en la magia. Pero si nos quedamos en eso, obtendremos una imagen muy pobre y una simple caricatura de lo que significa.

Ser druida va mucho más allá. No se puede vivir el druidismo alejado de la vida común, de la vida diaria: de la familia, amigos, trabajo. Y esto, no siempre es fácil de llevar.

Dejando al margen la religiosidad que como maestro druida tiene que cultivar, el druida en su actitud y consecuencia ha de enfrentarse día a día, como lo hace cualquier persona, a los problemas cotidianos pero el druida, precisamente por serlo, además ha de ser un reflejo de los conocimientos adquiridos a lo largo de su aprendizaje, los cuales le llevarán, si es consecuente, a no poner excusas a la hora de encarnar la antigua tradición y ser leal a los antiguos y sagrados principios.

Es en estos momentos cuando el druidismo pasa a convertirse en una actitud ante la vida.

Hay un refrán conocido por todos que dice: “el camino se demuestra andando”. Y en este tema de las creencias personales es tan cierto o más que en otros. No hay necesidad de ir pregonando lo que eres, ni en lo que crees, si eso está inherente en tus actos, en tus maneras de afrontar los problemas, de proteger a tu familia, a los amigos y ante todo, en el hecho de demostrar respeto por todos y por todo incluidos nosotros mismos.

El druidismo es una creencia basada en una sabiduría ancestral que debemos honrar porque forma parte de nuestras raíces y de nuestros antepasados.

Ser druidas o practicar el druidismo no nos hace especiales. Vamos por un camino equivocado si lo sentimos así. Ninguno somos poseedores de La Verdad. Lo cierto es que la verdad está compuestas de retazos de muchas verdades y decir que alguien tiene la llave de todas ellas es una monumental falacia.

Nuestras Antiguas Deidades, no toman partido, no premian pero tampoco castigan. Si pudiera darles forma antropomorfa diría que nos observan en nuestro caminar diario, alegrándose con nuestros éxitos y apoyándonos en nuestros fracasos, pero somos solo y únicamente nosotros quien tenemos necesidad del premio o del castigo. Nosotros somos jueces y verdugos de nuestra propia existencia.

Debemos vivir y dejar vivir respetando los límites en donde acaba nuestra libertad y comienza la de los demás. La vida es demasiado breve e increíblemente hermosa.

Personalmente, no tengo tiempo para desaprovechar mi estancia en ella llenándome de desconfianza, miedo, angustia y toda esa porquería con la que nos recreamos demasiado a menudo, casi siempre por el mero hecho de sentir que somos, que estamos y que se nos tiene en cuenta… ¡Qué pena!

Me gustaría que cuando llegue el momento de nuestro “Último Aliento” no nos marchemos de aquí, de esta nuestra casa, con la sensación de no haberla disfrutado y aprovechado al máximo, o simplemente con ojos hartos de mirar sin ver.

Bueno, cada uno tiene una manera de pasar por ella y todas son respetables, aprendamos también de ello; pues lo mismo que a los pueblos, lo que une a las personas son sus similitudes; lo que les enriquece son sus diferencias.

Gracia Chacón

Archidruida de la ODM.

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